mi padre, en los últimos meses de su enfermedad, cuando de pronto se daba cuenta de su realidad, me gritaba que lo matara, que no tenía la valentía de matarse, decía apenas. porque los suicidas son siempre los valientes. o los cobardes, depende de la mirilla circunstancial. o son los egoístas que hasta en la muerte deciden su suerte sin pensar en otros. los que se quedan y no entienden el por qué... decimos. esas cosas huecas, como decir que existe un dios... o dos, o tres... y matarnos por eso, porque el dios que reste, ese, ese es el salvador...
cuando mi padre me pedía la muerte, se me agitaba la suicida perenne que vive en mí. como en todos. nosotros. detestaba que me lo pidiera, además, porque solo a mí se lo pedía... a la cuidadora fiel y abusada por su desgaste, añadiendo ofensa a todo al agravio, peso a toda la carga, dudas a todas las preguntas sin respuestas. odio al desgaste del amor. por el que estaba allí, a su lado. y lo detestaba porque entonces tenía que mentirle... decirle que la valentía estaba en quedarse hasta el final, fuérase el que fuera. que había que dar cara. enfrentar la vida... "hasta que dios, el salvador, quiera"... como venga. o como esa gran hipócrita, virginia woolf, quien dijera que... you cannot find peace by avoiding life... y luego se llenara los bolsillos de piedras y se metiera en el río para nunca más salir... y así irse, porque a veces, a veces es mejor irse. y ya.
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