FOTO: SILVIA CORBELLE BATISTA
Oyendo a Mariela Castro en la UNEAC
En una de esas homeopáticas peleas cubanas contra la homofobia
Viéndola reír limpia y pulcra
Con el garbo guerrillero pero burgués de su madre joven en los 50’s
Acariciando el micrófono como un milagro
Entre sus manos sinónimas de la Hembra Nueva
Paladeando la retórica de su visión plurisex
En el corazón acrítico y monocorde de una institución cultural
Oyendo a Mariela Castro en la UNEAC
Pienso en todos los grandes maricones
Que hicieron la historia del himen hombre en esta isla
Tipos enmudecidos a botazos primero
Y encerrados a la gallinita ciega después
Lumpénicos al inicio y leucopénicos de remate luego
Cuerpos que no cupieron en el canon pacato pero promiscuo de Cuba
Pájaras parametrizadas en un poema de la virgen Piñera
Compañeros de closet de toda clase materialista y dialéctica
Glamour de tres por culo con las encías
Mamando un alambre de púas en la UMAP de los 60’s
Barriendo funerarias o como custodios de baño
Camilleros de sus propios cadáveres sin consolador
En cines cómplices o guaguas cutres de madrugada
Sobremuriendo al teatro real-socialista de los años machos
Viditas narradas por nadie en la tribuna trócula de la revolucioncita mundial
Oyendo a Mariela Castro en la UNEAC
En una de esas homeopáticas pataletas cubanas contra la homofobia
En la misma capilla donde Padilla se emputeció hetero
A pedido de la policía política de los 70’s
Pienso en toda esa sociedad incivil del placer en libertad
Disidentes del deseo como maldición de puertas adentro
Hasta fugar del país parapléjico en un barquito de papel sanitario en los 80’s
O esperando el proceso de rectificación de rectos y tendencias negativas
Clavados en las colas de prótesis dentales gratis en un policlínico de los 90’s
Envejecidos sin ser invitados al anésimo Congreso del Partido en los años cero
Enterrados en tierra santa del posproletariado mundial
Amables y amargos
Apelando al Parlamento para podar sus penes patrios
Sin un desfile
Sin una película
Sin un poema
Donde vomitar todo el injusto tiempo humano que les tocó