
hoy, en Penúltimos días, blog de asuntos cubanos
un texto de © om ulloa
(a propósito de que, entre los que van y los que no van, trillamos en vano nuestro círculo vicioso que ni sendero ni puente apenas se alza, espolvoreado de tanta esclavitud sentimental como de ira melancólica…)
hace tal vez dos o tres años —quién sabe, el tiempo se acumula en pilas varias y los detalles se pierden en categorías mixtas— me encontré a un joven (treinta y pico) en una fiesta “de cubanos”. el dueño de la casa visita Cuba dos o tres veces al año. reside en mi ciudad del norte y dice que va allá a ver a su familia y a gozar la isla, añade con una sonrisa. lo miro con envidia sana —yo siempre he querido “gozar” la isla; es mi gran sueño. la familia que allá tengo no la conozco y no me hala ningún cordón ni senti-miento que no sea el de conocer el lugar donde nací. por eso me medio-mortifica el tono desenfadado con que el anfitrión dice algo que para él es tan simple y que para mí, sin embargo, ha sido lo más difícil de toda una vida. varias veces he escuchado al anfitrión decir que tiene la “opción” de vivir allá o aquí, pero que prefiere hacerlo acá. esa “opción” lo explica todo. yo nunca tuve opción en lo que siempre fue sin duda un “exilio”, el de mis padres y el mío como consecuencia inevitable de mi respeto hacia ellos. casado con una extranjera, el anfitrión logró viajar el mundo antes de tomar su “decisión” de quedarse a vivir acá. me ha contado que a su madre, quien ocupara cargo importante en el desgobierno, le dio algo-así-como-un “ochún con chancleta de palo” cuando se lo comunicó, pero que hoy la señora agradece tenerlo “fuera del juego”. no le pregunto por qué, pero me lo imagino.
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