El gran andén
Trenes que se adueñan de la ciudad poco a poco. Un gran andén. Una estación de donde parten todos los caminos, una estación para perderse y para que nos pierdan de vista, para olvidarse y que se olviden de uno y desde donde puede tomarse cualquier ruta, una estación llena de túneles. De túneles que a su vez conducen a otros túneles. Que desembocan en alguno de los puertos de tanta tierra horadada, transitable. Túneles habitados a veces por ratas. Cualquier destino asequible, un ramillete de destinos a la mano. Cualquiera de las rutas que surcan como cicatrices el mapa de Europa, de esos hilos de hierro en la red que atraviesa ciudades y de cuando en cuando algún bosque y cruza sobre los ríos y los campos de cultivo: atrás van quedando surcos de lavanda, de trigo, esos terrenos que siempre parecen extraños donde crecen olivos o vides. Troncos que parecen muertos. Girasoles.
Una estación para perderse o encontrar el rumbo o buscarlo, pizarras llenas de números que no dicen nada hasta tanto no se arriba billete en mano al andén (un andén enorme donde nunca queda del todo claro si sea o no el correcto, si ése el tren que es o el que no), hasta tanto no se crucen los trenes con la sombra de su fantasma. Con la sombra de un desconocido. Con la sombra de una mujer desorientada que se sacude la nieve del abrigo o que sacude un paraguas. Con las sombras de los raíles recorridos mil veces, con el punto exacto desde donde se pone el pie en el estribo del vagón y ya entonces cada vez queda menos, resta menos en una cuenta atrás que se diluye en la víspera, menos de esa cuenta regresiva para detenerse o quedarse inmóvil o simplemente quedarse, media vuelta, un billete que alguien no usará –cuenta atrás de última oportunidad, el instante del que casi nadie dispone pero cuyo goteo es fácil de oír: basta con aguzar el oído y no confundirlo con los de la impaciencia o la prisa, a veces se entremezclan y es uno solo el concierto, a veces transcurren cada uno en su ritmo como una canción a dos voces, melodías distintas confundidas en una. Notas, melodías encerradas en alguna de esas pizarras con números o en las voces que pregonan, que advierten en lengua casi siempre remota de un cambio de última hora o de atrasos, el andén 12 que será ahora en virtud de su anuncio el andén 22 o el 14.
2011 © W Pérez Cino
Waldo Pérez Cino (La Habana, 1972) más del mismo autor @ AQUÍ
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