foto: Kemelodes
hoy en el
claro que tampoco a ninguno de los perros, todos ansiosos por asistir al festejo, se le ocurrió preguntarse con qué culo iban a cagar las raciones y raciones de comestibles que existirían en la celebración prometida. el hambre de los pobres y la gula de los ricos los cegaba por igual por la distinción de ser invitados a la innovadora verbena que el generoso anfitrión auspiciaba en su honor, en honor de todo el pueblo perruno. así que cada perro colgó su culo en la puerta del cocotal, creando no solo un aroma peculiar de bienvenida sino también un mural de desconectadas nalgas colgantes de toda raza y color merecedor de un analítico dalí.
y comenzó la juerga perrera de la jauría cercada por sus propias limitaciones. opiparásitas bandejas de huesos, pellejo y cartílago, alguna que otra carnita en vía de pudrición para los perros más distinguidos y galones de refrescantes meadillos y coctelitos tropicales saturados de la grasa de la leche del coco, fruto silvestre del planeta. de fondo se escuchaban arrebatados aullidos y ladridos de satisfacción, acompañados por una musicalidad increíble y nada fácil de descifrar. aquella fiesta no tenía para cuando acabar, se decían satisfechos los perros. superaba todas las fiestas anteriores que hubiera visto el planeta de los cocos, aullaban golosos. aquel festín debería ser el modelo de todas las fiestas para perros del universo, decían. sobre todo para los más obedientes y domesticados, añadía el anfitrión con su ladrido eunuco.
y así la bulla duró meses, hasta que faltaron los huesos. años, hasta que se acabaron los pellejos. décadas, hasta que empezó la sequía del meadillo y la carestía de cocos. porque ya ningún perro, encerrados todos en el círculo narciso del festín, trabajaba ni producía en el planeta de los cocos. consumían y consumían y durante todo ese tiempo ninguno fue capaz de cagar a gusto el exceso de bazofia que había ingerido en la interminable fiesta porque ni se acordaban que antes habían tenido un culo para hacerlo. mientras la fiesta estuvo en su apogeo, todos se conformaban con la reinante apestosa vomitiva, consecuencia de no tener culo propio.
ya en el declive del revolucionario carnaval que no tenía para cuando acabar, los perros empezaron a caer por todas partes, hartos de tanto hueso y pellejo de mala calidad. algunos dormitaban con sus panzas llenas de gases sin orificio por los que liberarse. otros seguían obstinados en bailar al ritmo de las orquestas perrunas que cansadamente seguían amenizando el festín con la intención de quemar las pocas calorías. pero en realidad, pocos de aquellos perros disfrutaban ya de la fiestecita, que se había convertido en una idea cansona además de falsa, ya que la promesa de huesos frescos cada día era defraudada por la hilera de bandejas y platos vacíos cubiertos de vómito que ninguno quería lamer e ingerir una y otra vez. además, una necesidad urgente había empezado a cundir en la jauría, pero los perros no sabían identificar qué era.
obvio, sólo los perros más viejos recordaban los placeres de cagar y coger por culo, pero por miedo a ofender al eunuco no hablaban de ello a los más jóvenes. éstos en cambio, asqueados por la vomitiva y aburridos de la monotonía de la fiesta ya sin comida ni bebida, empezaron a experimentar con otras partes del cuerpo perruno y a buscar satisfacciones ilícitas en busca de alivio. por las esquinas se escondían a darse lengüetazos en todo lugar donde les diera placer, a conectarse de toda forma posible, aullando en secreto que aquello se sentía más rico que comer bazofia sin límite.
en medio de esos atrevidos experimentos, un día en que ya ni se escuchaba la matraquilla constante de las orquestadas perrunas, uno de los más jóvenes se acercó a la puerta donde aún colgaban los culos de los perros de toda raza y color del planeta de los cocos. el guardián de los culos lo regañó e incitó a regresar de inmediato al festín. el perrillo lo miró incrédulo y curioso le preguntó qué eran “esas cosas”. el guardián, que sí tenía un amplio culo y estaba orgulloso de sus nalgas, se contoneó con ladrido jactancioso. “pues un culo, algo que tú no tienes y nunca vas a tener”. el perrillo se quedó mirando la ubicación perfecta de aquella apéndice, pensando en lo bien que quedaría para sentarse. “¿y pa´qué más sirve el hueco?”, preguntó admirado al guardián, quien, en un descuido, había empezado a cagar delante del perrillo con cara de enorme satisfacción. el perrillo se quedó mirando fijamente lo que salía del agujero anal del cancerbero, que despedía un vaho caliente y tenía un olor agradable a su hocico que lo desconocía.
de regreso al centro del planeta de la juerga devenida inacabable e inmóvil, el perrillo recordó los agradables y clandestinos lengüetazos que compartía con sus amigos y se atrevió a considerar que si tuvieran uno de esos “culos” con hueco, aquella aburrida fiesta se convertiría en un fiestón de verdad. poco a poco, el ladridito se corrió por todas partes. “imagínense…”, les decía a todos el perrillo. el anfitrión pronto notó que los perros ya no comían ni bailaban, sino que se pasaban todo el tiempo aglomerados por el área de la puerta, observando de lejos y con envidia todos los culos que habían dado a cambio de la promesa de la gran fiesta revolucionaria para perros. enseguida empezó a prohibir las aglutinaciones y el libre movimiento dentro de SU fiesta ayudado por SUS cancerberos, los que aún tenían culo con que sentarse, cagar y coger. “¿qué podemos hacer?”, se preguntaban los perros desanimados, lejos de la puerta sin entrada ni salida.
el perrillo pensaba y pensaba, hasta un día. su ladrido tomó a muchos por sorpresa, pero lo oyeron con atención. retumbó porque ya llevaban tiempo calculando en silencio que si por aquel hueco que el perrillo había visto salían cosas que los podían aliviar, también entrarían. al pensarlo todos se miraban los baculitos inertes y se exaltaban de modo peculiar. también, entre susurros, habían llegado a la conclusión de que si al entrar a la fiesta de uno en uno habían estado de acuerdo en depositar su culo y ese agujero liberador a cambio de una promesa que ya no era, ahora bien podían llegar a un acuerdo de salir todos en jauría y reclamar cada uno su culo.
sin embargo, el problema fue que a ninguno se le ocurrió preguntarse cómo iban a identificar su propio culo, después de tanto tiempo sin tenerlo. por eso, aún hoy, por ahí se ven tantos perros del planeta de los cocos oliendo culos ajenos en busca del propio.
moraleja: no hay nada como un culo propio, para hacer de él un tambor libertador
2 comments:
a soltar la jauria cubana coño q es hora yaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
perra rrequeteperra sono
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