2.19.2011

episodio final —de una serie de tres

hoy, en tumiamiblog, un texto de © om ulloa


(a propósito de nuestras intransigencias…)

mi padrino acaba de morir. me ha llamado mi madre y al fondo he escuchado a mi padre, quien hace poco salió del hospital, murmurando con incredulidad… “mi amigo, carajo”. con la rapidez que las texturas y los olores nos traen recuerdos, sentí —a través del cable telefónico— su olor a colonia y la piel joven y lampiña de su calvicie de aquella primera vez que lo recuerdo entrar en mi vida.


jugaba a matar hormigas en el patio de arecas de mi casa cuando vi su figura delgada proyectarse sobre el muro cubierto de moho verdoso. “¡tamalera!”, le gritó a mi madre que hacía almidón de yuca en el cuartito de desahogo del patio. el hombre me miró y sonrió. yo di un paso atrás porque no lo conocía pero mi madre, quien se lanzó hacia el hombre, me empujó hacia él a la vez que lo abrazaba. “niña, es tu padrino”, dijo mientras lo llevaba a sentarse en los sillones de rejilla. la niñata curiosa que fui no podía apartar la vista del hermoso tatuaje de un dragón en tinta azulada, acompañado de letras chinas en rojo que el hombre lucía en un brazo. mi padrino, pensé mirándolo con desconfianza, decían que se había ido a China hacía un par de años. yo no me acordaba de él ni sabía dónde quedaba China, sólo que era un país comunista como Cuba porque lo decían en la escuela. el hombre me abrazó, me dio un beso y me regaló unos lápices de colores que traía en un bolso. media hora después mi padre entró corriendo al patio. se abrazaron durante mucho rato y mi padrino empezó a llorar en los brazos de mi padre. “compadre, ¿qué pasa?”, dijo mi padre bajito y se sentaron en los sillones de rejilla. “aquello es una mierda y viene pa´cá”, dijo el hombre calvo y cabizbajo después de mirarme unos minutos: “hay que irse; hay que sacarlos”.



se llamaba Gilberto y era unos cinco años más joven que mi padre, que ya tiene 80. junto a Armando, formaban un trío de amigos adolescentes que se autobautizaron “Los Tres Villalobos” según la serie radial de moda entonces. se pasaban la vida jodiendo por Matanzas, persiguiendo a las muchachas en el Parque de la Libertad los fines de semana, haciendo excursiones al valle de Yumurí con ellas, bailando con las grandes orquestas, puteando cuando podían y disfrutando a plenitud su juventud de pobres. a finales de la década de 1950, Gilberto y Armando ya compartían las inquietudes revolucionarias del momento. sin éxito trataron de convencer a mi padre, quien acababa de abrir negocio propio, estrenaba familia y nunca se había interesado en política. para 1963, Armando ya era teniente del G2 y Gilberto quería ir a China a especializarse en soldadura de buques de carga. por un tiempo los tres amigos se dejaron de hablar, pero no así sus esposas, que se veían y hablaban con frecuencia. sus hijos, yo entre ellos, nos llamábamos “primos”. en el 65 ya Gilberto se había ido a China y Armando se apareció un día en mi casa con dos hombres. junto a mi padre se fueron al patio, a hablar en susurros debajo de las arecas durante un largo rato. cuando se fueron, mi padre, muy agitado, llamó a mi madre. los dos hablaron otro rato debajo de las arecas. mi madre movía la cabeza que no, que no. días después lloraban en el mismo lugar junto a la esposa de Armando, quien había intentado irse por lancha y había sido chivateado por los otros dos hombres. ahora estaba en la cárcel. yo me enteré después que aquel día, Armando había venido a invitar a mi padre a unírsele en la aventura, pero la respuesta fue negativa porque mi madre siempre se opuso a fracturar la familia. “todos o ninguno”, la escuché siempre decir desde que tenía razón.


en 1967, Gilberto regresó defraudado de China y logró irse a España en cuestión de meses con su hijo mayor antes de que cumpliera la edad para el servicio militar. también ese año Armando salió de la cárcel escoltado en un jeep militar. lo pasaron por su casa a recoger ropa y despedirse de su esposa e hijos. luego lo llevaron al aeropuerto de La Habana, directo para Madrid. mi familia había visto frustrados sus varios intentos de abandonar el país desde el 64, y en 1967 estábamos en lista para irnos a España antes de que mi hermano cumpliera los 15 años. cuando por fin llegamos a Barajas en diciembre de 1968, Armando ya había pasado a Nueva York y Gilberto no pudo llegar a recibirnos porque estaba en Gibraltar trabajando, pero pronto mi padre recibió ayuda financiera de ambos, que pasó a anotar en su libreta de la gratitud durante los próximos cinco años.


en Barajas mis padres recibieron y ubicaron a la esposa y los dos hijos de Armando cuando llegaron a Madrid en 1969. también en Barajas, en 1970, mis padres y Gilberto recibieron a su esposa y dos hijos restantes. diez años después, en Miami en 1978, mi padre y Armando se unieron en sociedad y abrieron un negocio que aún existe aunque mi padre, por razones de salud, se retiró hace años. Gilberto vivió en varios países debido a su trabajo, pero continuó siendo el tercer “Villalobo” cada vez que visitaba Miami y se reunían. hace unos tres años, después de enviudar, desarrolló alzheimer y su único hijo sobreviviente lo internó en un asilo. hace un mes, cuando mi padre fue internado de urgencia en el hospital, al día siguiente lo fueron a ver Armando y su esposa. sentada a su lado vi cómo Armando, también jodido de salud, le pasaba la mano a mi padre por el brazo con verdadero cariño. al irse, Armando le preguntó a mi padre por “Perchero”, el nombrete que a veces usaban para Gilberto por su figura flaca y desgarbada. “muy jodido, Perchero está más jodido que yo”, contestó triste mi viejo. sin saberlo, mi padre tenía razón y sin embargo, hoy apenas lo puede aceptar… que sólo queden dos de los tres Villalobos.

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