10.28.2010
Chicharrevolución jugosa
hoy en Penúltimos días, blog de asuntos cubanos
un texto de om ulloa
Estás en el palacio de la jugosa chicharrevolución, donde los jugos emanan sacarinos zumos hasta de las mazorcas teñidas de un tierno choclo-rillo de hongos y granos. Y caen gotas al suelo y el imán-pegoste atrae, hala, atrapa. Tú bien lo sabes y entras a tu pesar. Es, en fin, el palacio de las blanquísimas arepas, los crujientes chicharrones y las prietas raspaduras, allí donde se respira guateque neoguajiro entre la jerga ajada de la trillada urbe. Tu calurosa moronvilla —mal encartonadagrafiada urbe— penetrada por las filtraciones emigradas de una latinamericanada que mama gallo, hermano; se berraquea, vale; y come mierda, asere. En esa esquina rincón no abundan pelotudos ni pizzas. El único macarranudo es un indigente al que se le amarra y se le suelta la lengua junto al basurero, masticando una costilla y alabando a un dios glotón de carne.
Y es que en el palacio de la jugosa chicharrevolución sobran la manteca y el azúcar, cierto; pero en ese cuchialcázar se come rico, te dicen los cacijefes residentes, llamados kiubans por sus huéspedes más allegados y cubiches entre ellos, en su propio dialecto. Se come rico o más bien … se traga, se harta, se engulla, se zampa con gusto la decadencia culinaria de nos y los otros, descendientes de indígenas maiceros, africanos vianderos y gallegos carnívoros.
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Y con cada paso escuchas el reproche de que aquí nadie te perdonaría que te hicieras la fina y hablaras con esa vocecita desubicada e híbrida con que cargas entre el paladar y las cuerdas vocales. Así que aspiras hondo y te esfuerzas en buscar la cadencia correcta, los gestos adecuados al momento, la mirada directa y hambrienta antes de lanzarte. Tú y tu parsimonia recuerdan bien que esto era un bohío en medio del concreto y el asfalto, una fatamorgana de mentirijillas (… espejitos, espejitos pa´los inditos… ) cuando apenas tú y tu melena despuntaban como joven burla y adúltero descaro en el paréntesis de la vida y te paseabas por la playa de los judíos —antes de que fuera de los marielitos, de los gays, del eurotrash y de las ensaladas orgánicas— haciendo escala por los ventanales del último Wolfie´s comiendo pan con lechón traído del entonces palahío, mareando a los “chosen ones” con el aroma puerqueril, sólo por joder.
Por eso tú también eres parte de todo esto, por muy remota y fría que esté tu casahío allá en el lejano imperio del norte, porque una vez más todos los senderos bifurcados de tu geografía te han llevado a la estrellita peninsular —catre sur y no cuna primera ni eterna—, y andas paseándote como turista asustado entre verdaderos tamales humeantes y masas de puerco fritas, refritas, crujientes. Te lanzas y flotas entonces en el furor del jugo frappé en tropelía que deja la perenne piña explosiva que es tu cabeza. Haces torticas de arepas mentales y observas las chirimoyas y papayas tan olorosas, deseadas y dichosas de verte llegar, hambrienta de ellas, carnosas frutas del placer del mamoncillo. Y nadie más se da cuenta, pero tú ves por doquier cómo vuelan las mariquitas, se tronchan las yuquitas y las malanguitas chillan con las chicharritas, viejas cotillas chismosas que se acoplan con las empanaditas mientras crujen las empellitas y conviven todas en diáfana paz entre caballitos del diablo y cucarachitas golosas que deambulan por el pegoste del suelo, miga en boca. No te asombras, entonces, cuando ves en este palacio del pueblo, de tu pueblo, al cheo que toma guarapo en camiseta “Perro” orgulloso de su “red-neck tan” y al tipo del machete que guillotina cocos y al viejo que escupe tabaco justo cuando pasas tú en sandalias metedeo. Razón por la que tiemblan de risa contagiosa los bananos, las ananás y los plátanos machos que se burlan de tu sufrida bobería mientras manos fructíferas te salpican de la espesa manteca del lechón por libra y del vapor del congrí por cucharón que le sirven a la gorda culona que anuncia a quien la escuche que ella no piensa cocinar más nuuunca en su vida, quevá, si aquí está todooo taaan ricooo, y crunch, le suena una mordida a un chicharrón a la par que su hombrón, portador de enorme reloj y anillo con cabeza de indio le pasa una mano grasienta por una nalga, sobándole sabroso la celulitis mientras los dos comen con la boca abierta. Tampoco te perturba ver, con un leve viraje de cuello hacia el parqueo, a la jevota que sacude melena teñida de ¿rubio? y requetesuena las gemas falsas y las joyas apenas desempeñadas mientras en el retrovisor se emperifolla su princidescarada jeta porque se percata que los pepillos, mozalbetes visuales del palacio la esperan… guiñando un ojo y después el otro, frunciendo labios y lamiéndose dientes imaginándosela toda atada a un mamey —pulpa roja semilla negra— o a una piña empecinada en su dulzor, o al tamarindo túrgido que les cuelga entre los muslos, esperándola.
Y tú, cagándote en la hora en que se te ocurrió aterrizar aquí por esa nostalgia enfermiza de dártela de folclorista espontánea, tratas de abrirte paso entre las masas, las heces de dicción y los ases del servicio del trío culinario detrás del mostrador que se te quedan mirando, arms akimbo, asere, y te preguntan que “qué tú quiere niña”. Así que dilo, reinita de este culinario carnaval, me digo, qué es lo que quieres tú, aquí, que estás estorbando, resbalosa e indecisa, en medio del jugoso chicharrevolucionario palacio donde todo líquido debe ser endulzado a tal punto que te convulsione a ser o no ser casi caña, queriendo serlo pero apenas llegando a lograrlo, como las tantas revozafras de tu infancia, como ese ratón que se te aleja mientras miras el anón que cae en cámara lenta al piso y se abre, pulpa blanca semillas negras, y te acuerdas de las explosiones convulsivas de tu primer orgasmo... pero la mujer del mostrador te castañea los dedos y te tronca el trueno y te sacudes del momento y te arriesgas a consumir el placer como si corrieras entre nuevas esbeltas cañas, ésas que parieran los gránulos de la muerte de agria sacarina. Miras otra vez a tu alrededor, ellos y tú, y repican tus tripas. Das un paso y ya. Que vivan los fundadores y los invasores del palacio de la diabetes y el colesterol con triglifusiles en alto, dices y sonríes. Porque ya estás aquí, aunque de observadora imparcial, dirías. Vaya, otra HughThomientes en el año cinco cero dos de la toma del palacio de la jugosa chicharrevolución donde los jugos gástrirricos y la manteca te recuperan una vez más como hija, aunque no tan pródiga, de todo esto que se te quedó trabado en el paladar. Por eso, dale, mastícalo ya con la glotonería propia de una caricia rechazada pero deseada, y eructa después el grito del reproche que bien sabes nunca te guiará a la libertad de la memoria.
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2 comments:
Om: acabo de descubir tu blog esta mañana que teniá tiempo y andaba mirando páginas. Me ha encantado tue estilo de ametralladora sarcástico y erótico a la vez, complicado de leer pero imposible de dejarlo. Tiempos atrás, uno no podía dejar comentarios ni interactuar con los autores, así que agradezco a internet y a la revolución tecnológica. Descubro también que compartimos plataforma y fondo de blog; descubro también que llevas el segundo apellido de mi madre; o sea, el primero de mi abuela materna que aún vive en Cuba. ¿Gallego ese apellido, no?
Me ha encantado tu desenfado y la descripción fotográfica del Palacio de los Jugos, un sito del que me han hablado. De paso, con tu descripción del "ambiente", supongo que se describe a Miami, una ciudad que nunca he pisado pero estoy a punto de hacerlo en cualquier momento.
Te envío un fuerte abrazo y mucha buena suerte.
gracias JI, por tu comentario...
Iré a visitar tu blog con detenimiento, aunque ya pasé y creo que lo he visitado anteriormente, pero no estoy segura...
El apellido Ulloa como lo heredamos en América pareciera venir de esa zona norte, Galicia y también Navarra-País Vasco. Alguien una vez me dijo, en España, que en realidad era una adaptación romancera del Ullman de los vikingos-celtas que una vez invadieron el norte de la península ibérica. Lo cierto es que no lo he investigado.
Saludos.
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