era argentina y vendía perros calientes con chimichurri en la playa. entonces sólo era "la playa", nada de south beach, y estaba llena de marielitos, viejos judíos, colombianos y otros latinoamericanos recién llegados al paraíso falso del norte. muy pocos cubiresidentes de miami iban a la playa de miami beach en aquellos tiempos de narcoguerra abierta entre mar y arena. preferían el fanguito del farito. yo, eterna visitante de verano, me perdía en las calcinadas calles de la playa sin importarme que los edificios estuvieran despintados y abandonados, y que a la mayoría de la gente que me pasaba por al lado le faltaran los dientes, fueran jóvenes o viejos.
la argentina se sentaba en su carrito allá por la calle doce o trece. durante varios días la observé hacer yoga entre cliente y cliente desde el cafecito del hotel cardozo. la playa entonces era estrecha y se veía desde el cardozo, el primer hotelito deco en ser restaurado con terraza-café y todo antes del arrebato de remodelaciones que vino después. a veces la acompañaba una señora mayor. eran tiempos de juntas y militares allá en su tierra y ella y su "tía" tuvieron que irse, me contó luego. allá quería licenciarse en leyes y había sido miembro del equipo de esgrima de su país. aquí vendía hot dogs con chimichurri en la playa.
y eran deliciosos. tanto como ella, dorada por el sol, a la mirada fija de mis ojos ocultos tras gafas ray ban. SIGUE
la argentina tenía cuerpo atlético y manos de dedos largos. creo que tenía el pelo castaño claro y ojos color miel. todo eso lo supe cuando un día por fin me le acerqué y compré uno de aquellos perros calientes. ella comentó que le gustaba la cámara que colgaba de mi cuello y empezamos a conversar. de fotografía y cámaras, para luego, con naturalidad insospechada, contarme mucha de su historia. que la gente sea tan abierta con extraños aún me llama la atención, pero entonces más me cautivó que en mis siguientes múltiples visitas nunca saliera con boberías políticas sabiéndome cubana y ella fugada de una junta derechista. de entrada, le agradecí ese detalle que nos ahorraba tantas explicaciones. durante nuestras conversaciones, la "tía" siempre nos miraba de reojo mientras tejía o leía y nosotras charlábamos. la argentina tenía la musicalidad propia de su gente al hablar, pero su acento era muy suave y tenía un timbre casi andaluz a veces. pronto aprendí que era mayor que yo por unos cuantos años y que me envidiaba que yo fuera universitaria en aquel momento, de vacaciones en miami durante ese largo verano. por eso a veces, por culpabilidad solidaria, la ayudaba a vender sus perros calientes mientras ella se iba a hacer algún mandado. luego me lo agradecía con besos tímidos que nos revoloteaban los labios cubiertos de salitre, pero siempre a escondidas de la "tía".
pronto la bauticé como la espadachina argentina. a ella le gustó la comparación y la extendió a pez espada de los mares del sur... por saber que me encantaba la figura esbelta y puntiaguda del pez espada. "pero, por ahí no hay de ésos", le dije. "no importa, aquí sí y el presente es lo que cuenta", me contestó resuelta y argumentativa, como buena futura abogada. así me contó que la "tía" había sido su profesora en la universidad, donde anduvo enredada en varios movimientos opositores. cuando decidió marcharse de su patria, invitó a su previamente seducida estudiante a unas vacaciones en miami, sin decirle que no pensaba regresar. una vez allí, con todo sobre la mesa, decidieron quedarse a luchar la vida juntas. las dos compartían un cuarto de hotel en un viejo hotelito de la collins y ocho, donde vivían con frugalidad. se turnaban para trabajar en el carrito mientras buscaban otros empleos. la chica quería retomar sus estudios, pero era algo imposible en aquellos momentos. aunque a la "tía" no le gustaba nuestra amistad y trataba de ahuyentarme con miradas turbias, la espadachina y yo nos divertíamos nadando, caminando por la playa y hablando de poesía y música. al cabo de un par de semanas la invité al cine y fue toda una odisea esquivar a la "tía". en la oscuridad del cine, entrelazamos dedos y labios. más tarde, después de un sándwich cubano compartido y un batido de mamey, terminamos la noche en la arena de una de las playitas oscuras de un cayo.
transcurrieron los días que quedaban de verano en esas escapadas. la "tía" ya casi no iba por el carrito porque había conseguido trabajo de tutora veraniega con los hijos de unos cubirriches que vivían en star island. yo seguía vagabundeando por toda la playa, observando, aspirándola, fotografiándola, pero día a día pasaba por mi almuerzo de perro caliente con chimichurri y el afilado beso de mi pez espadachina de los mares del sur. hasta un día, que no estaba el carrito. fui al hotel y tampoco las encontré. ellas no tenían teléfono, así que esperé al día siguiente. ni rastro del carrito. fui de nuevo al hotelito y le pregunté al viejo medio tuerto que lo atendía si sabía de ellas. me miró con cara de pocos amigos. "esas argentinas ya se mudaron hace unos días", me dijo desconfiado y no me quiso decir adónde. alicaída me fui a la playa, a sentarme sobre las piedras donde siempre metían la sombrilla de sol del carrito. estuve allí hasta el anochecer, lamentando otro fin abrupto a esas cosas inesperadas que siempre me ocurren. a la semana regresé a mis estudios en la universidad del norte. la nostalgia por mi pez espadachina de los mares del sur se disolvió entre clases y aventuras frescas, bendita habilidad de gente joven.
ya en diciembre, días después de mi cumpleaños, recibí una tarjeta postal con un hermoso pez espada azul y plateado. era una postal en inglés, pero tenía timbre del correo de buenos aires. la nota al reverso era escueta y escrita en una letra que no reconocía: "cubana, tenés razón. en los mares del sur no hay ni un pez espada de los que te gustan. disculpá el silencio y gracias por el verano ". la firmaba la pez espadachina argentina. pegué la postal a la pared sobre mi escritorio y la observé un rato antes de irme a clases.
me sigue gustando el buen chimichurri, pero nunca lo he vuelto a probar con perros calientes.
la argentina se sentaba en su carrito allá por la calle doce o trece. durante varios días la observé hacer yoga entre cliente y cliente desde el cafecito del hotel cardozo. la playa entonces era estrecha y se veía desde el cardozo, el primer hotelito deco en ser restaurado con terraza-café y todo antes del arrebato de remodelaciones que vino después. a veces la acompañaba una señora mayor. eran tiempos de juntas y militares allá en su tierra y ella y su "tía" tuvieron que irse, me contó luego. allá quería licenciarse en leyes y había sido miembro del equipo de esgrima de su país. aquí vendía hot dogs con chimichurri en la playa.
y eran deliciosos. tanto como ella, dorada por el sol, a la mirada fija de mis ojos ocultos tras gafas ray ban. SIGUE
la argentina tenía cuerpo atlético y manos de dedos largos. creo que tenía el pelo castaño claro y ojos color miel. todo eso lo supe cuando un día por fin me le acerqué y compré uno de aquellos perros calientes. ella comentó que le gustaba la cámara que colgaba de mi cuello y empezamos a conversar. de fotografía y cámaras, para luego, con naturalidad insospechada, contarme mucha de su historia. que la gente sea tan abierta con extraños aún me llama la atención, pero entonces más me cautivó que en mis siguientes múltiples visitas nunca saliera con boberías políticas sabiéndome cubana y ella fugada de una junta derechista. de entrada, le agradecí ese detalle que nos ahorraba tantas explicaciones. durante nuestras conversaciones, la "tía" siempre nos miraba de reojo mientras tejía o leía y nosotras charlábamos. la argentina tenía la musicalidad propia de su gente al hablar, pero su acento era muy suave y tenía un timbre casi andaluz a veces. pronto aprendí que era mayor que yo por unos cuantos años y que me envidiaba que yo fuera universitaria en aquel momento, de vacaciones en miami durante ese largo verano. por eso a veces, por culpabilidad solidaria, la ayudaba a vender sus perros calientes mientras ella se iba a hacer algún mandado. luego me lo agradecía con besos tímidos que nos revoloteaban los labios cubiertos de salitre, pero siempre a escondidas de la "tía".
pronto la bauticé como la espadachina argentina. a ella le gustó la comparación y la extendió a pez espada de los mares del sur... por saber que me encantaba la figura esbelta y puntiaguda del pez espada. "pero, por ahí no hay de ésos", le dije. "no importa, aquí sí y el presente es lo que cuenta", me contestó resuelta y argumentativa, como buena futura abogada. así me contó que la "tía" había sido su profesora en la universidad, donde anduvo enredada en varios movimientos opositores. cuando decidió marcharse de su patria, invitó a su previamente seducida estudiante a unas vacaciones en miami, sin decirle que no pensaba regresar. una vez allí, con todo sobre la mesa, decidieron quedarse a luchar la vida juntas. las dos compartían un cuarto de hotel en un viejo hotelito de la collins y ocho, donde vivían con frugalidad. se turnaban para trabajar en el carrito mientras buscaban otros empleos. la chica quería retomar sus estudios, pero era algo imposible en aquellos momentos. aunque a la "tía" no le gustaba nuestra amistad y trataba de ahuyentarme con miradas turbias, la espadachina y yo nos divertíamos nadando, caminando por la playa y hablando de poesía y música. al cabo de un par de semanas la invité al cine y fue toda una odisea esquivar a la "tía". en la oscuridad del cine, entrelazamos dedos y labios. más tarde, después de un sándwich cubano compartido y un batido de mamey, terminamos la noche en la arena de una de las playitas oscuras de un cayo.
transcurrieron los días que quedaban de verano en esas escapadas. la "tía" ya casi no iba por el carrito porque había conseguido trabajo de tutora veraniega con los hijos de unos cubirriches que vivían en star island. yo seguía vagabundeando por toda la playa, observando, aspirándola, fotografiándola, pero día a día pasaba por mi almuerzo de perro caliente con chimichurri y el afilado beso de mi pez espadachina de los mares del sur. hasta un día, que no estaba el carrito. fui al hotel y tampoco las encontré. ellas no tenían teléfono, así que esperé al día siguiente. ni rastro del carrito. fui de nuevo al hotelito y le pregunté al viejo medio tuerto que lo atendía si sabía de ellas. me miró con cara de pocos amigos. "esas argentinas ya se mudaron hace unos días", me dijo desconfiado y no me quiso decir adónde. alicaída me fui a la playa, a sentarme sobre las piedras donde siempre metían la sombrilla de sol del carrito. estuve allí hasta el anochecer, lamentando otro fin abrupto a esas cosas inesperadas que siempre me ocurren. a la semana regresé a mis estudios en la universidad del norte. la nostalgia por mi pez espadachina de los mares del sur se disolvió entre clases y aventuras frescas, bendita habilidad de gente joven.
ya en diciembre, días después de mi cumpleaños, recibí una tarjeta postal con un hermoso pez espada azul y plateado. era una postal en inglés, pero tenía timbre del correo de buenos aires. la nota al reverso era escueta y escrita en una letra que no reconocía: "cubana, tenés razón. en los mares del sur no hay ni un pez espada de los que te gustan. disculpá el silencio y gracias por el verano ". la firmaba la pez espadachina argentina. pegué la postal a la pared sobre mi escritorio y la observé un rato antes de irme a clases.
me sigue gustando el buen chimichurri, pero nunca lo he vuelto a probar con perros calientes.
17 comments:
sonora, tú estás llena de historias de veranos... para allá voy ahora mismo, para la playa. si la veo le mando saludos.
besos
soy un globito de agua mala flotando en el mar veraniego, esperando ver a quién atacoo...
Sonora, cada vez mas me gusta tu pagina. tu manera loca y coherente de mezclar chicharos y arroz con mangos, y me encanta esta hirtoria. No se si decir, que bello o que triste, o las dos cosas a la vez,
saludos
hirtoria es una palabra rara, que me acabo de inventar, quise decir historia. por supuesto,
otra vez,
saludos
Que bonito todo lo que pasò, asì son las cosas cuando son del alma, el final no es feliz,no es de color rosa, pero un buen final a pesar de todo,està narrado con la suavidad de un pètalo de rosa sin olvidar que las rosas tienen espinas.Eres genial!
gjs: lo dices en relajo, pero aprovecho y cuento, no vaya a ser...
midalia: gracias por tus visitas. me place que te guste la locura, no es fácil ser cuerdo en este mundo-
italocubifan?: gracias, las cosas de la vida son así, y cuando quedan de recuerdos gratos, son mejores.
gracias a todos/as las visitantes... we aim to please.
You aim to please???? are you a pleasure giver?.. ummm...
este blog es el mercadito del placer, her-she. aquí se vende de todo que dé gusto. a ver, pide por esa boca...
oye, no te ofrezcas mucho que después salen las propuestas...
Ya he empezado mi lista, por cierto que eso de Her-she me recuerda al chocolate, ja ja... pero cariño tú sabes que por tí yo me dejo (previa autorización de la domadora, claro)
ves lo que te digo...
pero niñas, qué es ese alboroto... se nota que hay calor por las riberas del sur!!
y llego la domadora!!! tarde pero segura.
siempre disfruto estas historias mi querida fiera, medio verdad-medio invento, no me importa las saboreo de lo lindo.
mucho chimichurri con perros calientes, alcapurrias, papa huancainas, etc. etc. pero lo que mas te gusta es la croquetica cubana, a que si?
se te olvidó la tortilla española, domadora...
Anónimo/a, te refieres a la tortilla de patatas y cebolla, con denominación de origen,..supongo.
gracias por la aclaración, Her-she, que esto se presta a confusión... y a la domadora, que llegó en el momento adecuado a poner orden en este jardín de libélulas...
chicas, orden en la pea, o peo en la orden, como dice una amiga cuando se da unos tragos.
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