5.17.2011

Si somos tan prósperos…


hoy, en Penúltimos días, blog de asuntos cubanos

un texto de © om ulloa

Lo repiten tanto las estadísticas que pareciera que es verdad que la comunidad cubanoamericana de los Estados Unidos es la más próspera de las comunidades hispanas ubicadas en el imperio que nos da techo. Y sin embargo, la pobrecita Miami del 2011 es una de las ciudades imperiales con más pobreza, foreclosures, fraude y gente que pasa hambre, dicen otras estadísticas. Claro, uno no se convencería de este último dato dando un vistazo al parqueo del Versailles, emblemático restaurante de comida cubanoamericana con nombre francés (de ahí lo de cuban cuisine…) y ver el gran número de carros de lujo, o al entrar y ver la exageración de comida “típica” en los platos y barrigas de los comensales. ¿Será ésa la prosperidad de la que tanto hablan nuestros “admiradores”? ¿Se refieren a que la mayoría de los cubanoamericanos somos glotones y gordos, y por lo tanto, prósperos? Es posible que ser gordo indique ser próspero —aunque tal vez no, porque si nos metemos de lleno en los barrios afroamericanos de la Ciudad Mágica también impera la gordura McDonaldiana, pero allí los fondos monetarios son mucho más raquíticos y oscuritos…

Y bien, las generalizaciones sobre cubanoamericanos siempre me confunden porque soy uno de “ellos”, pero nunca doy la talla en parte de los requisitos. El próspero y gordo profesional “cubanoamericano” es casi siempre 100% blanco con abuelos españoles (procedente de una isla de mestizos y mulatos, nada menos), ultraconservador republicano y cato-cristiano (rara vez demócrata y nunca, jamás, santero) y apenas homosexual (bastante bugarrón, eso sí). Yo estoy rellenita de carne y me considero muy próspera de-mente pero no tanto de billetera. Soy blanca de piel, pero tenía un abuelo bastante “trigueño”, como se diría entre cubanoamericanos. Soy profesional, bastante homosexual y vivo bien, pero no soy republicana ni conservadora ni católica … ni santera. Dicho eso, lo que más me confunde de la “prosperidad” de los judíos del Caribe, como algunos nos apodan, es que pareciera —desde mi punto de vista bizquita e inquieta— que hay muy pocos de los nuestros con billetera gruesa y generosa que sueltan prenda con facilidad (o por lo menos que yo me entere) para apoyar proyectos de verdadera calidad de prensa, literatura, música y arte, respaldando así la amplia diversidad creativa de nuestra gente y la total libertad de expresión, que serían algunas de las razones más importantes que nos (o a nuestros padres) trajeron a estas costas, entre otras también muy importantes. Digo, si nos van a comparar con los “judíos americanos”, que tanto han soltado el billete a la hora de respaldar prensa y artes de calidad al extremo que los culpan de monopolizar y manipular esos medios en el imperio…

Yo no sé uds., pero a mí me escandaliza que, a estas alturas del medio siglo del auxíliame-exíliame-insúlate, no tengamos nosotros, los más prósperos, los ideales medios informativos propios, creados y respaldados por U$cubano$U$ (con tanto millonario cubanoamericano que deambula por ahí, dicen).


Y cuando digo “ideales”, me atrevo a imaginar la perfección y sueño con la convergencia de los mejores ingredientes del ajiaco, con viandas de todos los bandos, ideología y colores, haciendo periodismo-arte o mejor aun… arte del periodismo para llegar a todos los cubanos y cubanoamericanos, desde la Punta de Maisí hasta Hialeah and beyond, con un lenguaje sencillo pero rico en complicaciones, opiniones, temas, musicalidad del lenguaje (y tendría que ser un lenguaje nuevo, mixto, híbrido como todos nosotros, mitad esto y mitad lo otro, pero comprensible a todos por proyectar calidad humana y sobre todo, respeto). Es mi sueño, siempre lo ha sido. No mi sueño cubanoamericano, sólo mi sueño humanista. Y como dicen que soñar no cuesta nada, lo comparto hoy a propósito de esa tan sonada prosperidad cubanoamericana del último censo, aun sabiendo que me van a tachar de ingenua, tonta útil y otras bellezas de nuestra linguajerga cubanoautoritaria. O fal vez no, y eso me demostraría que hay gente que como yo mide la prosperidad de una comunidad no sólo por su vitalidad económica, que es importante, pero también por su vitalidad cultural y la existencia de una prensa verdaderamente imparcial e informativa, a la que la gente acude con interés genuino.

Antes de la ola-tsunami del Mariel, la cultura (o más bien, falta de) cubanoamericana en la capital del exilio era, a mis ojitos inquietos y bizquitos, deprimente. Empecinados como estaban nuestros padres en recrear lo que dejaron atrás (y la nostalgia, se sabe, es pésima autocrítica de artes varias) y el no ceder políticamente a la dictadura (y con razón), surgió una cultura cursi (chaperonas, fiestas de quince, teatro burlesco de la sagüesera, adoración por la música pop española y mexicana, provincialismo mental y sexual ) anclada en la nostalgia y la mojigatería asustada de una clase —más media que alta— que cayó de culo en unos Estados Unidos revolucionados por la interminable guerra de Vietnam, los pelos largos, la anti-música de los negros e ingleses, y las drogas que definieron a una generación que quería un “cambio”, palabra mágica ayer, hoy y siempre. Y nosotros, tan exiliados en el medio, huyendo del cambio que tantos otros anhelaban porque nuestro chang(taj)e se nos destapó hipócrita, comunista y cruel dictadura censuradora. Entonces, a echar raíces en el imperio, dijimos (dijeron) a coro, abonando el recuerdo de los buenos tiempos y trabajando duro pa´echar pa´lante que pa´tras, en aquel momento, era imposible. Y en la carrera por revalidar títulos, obtener la casa y el carro del sueño americano, que pronto se convirtieron en carrazo y casona, o el préstamo para poner el negocio y el restaurancito que pronto fueron cadenas e imperios locales y algunos estatales, la diversidad y expansión de las artes quedaron a un lado y la prensa escrita y audiovisual —ni libre ni de buena calidad— se limitaba a atacar el desgobierno de Cuba y a enriquecer sus baúles —a costa del radioescucha cada vez más viejo y nostálgico— para poder parquear el Lincoln y el Jaguar en el Versailles.

No fue hasta la llegada en masa de los “marielitartísticos” que hubo un despertar cultural, entre otros sudden awakenings, en Mayami. También, para esa época, gente escapada de toda Latinoamérica se sumaba al esfuerzo de hacer del pantano una ciudad con sabor latino, y la cosa mejoró un tanto. Ya a finales de la década de 1980 se veía el “billete en grande” de los más exitosos cubanoamericanos, pero… de nuevo ante mis ojitos inquietos y bizquitos, nunca suficientemente invertido en el campo cultural y en inteligentes medios de prensa y radiotelevisón cubanos, sin el consabido tizne de patriotismo reaccionario (RMartí, n. 1983) y su perenne capa histriónica sin la cual “lo cubano” no podía existir. En medio de eso, surgieron los “orgullos”: los Estefan y su MSM, Alarcón y sus “enterprises” musicales, entre otros; y las “vergüenzas”: los múltiples periodiquillos y revistuchas de politiquería pro-con que nacían y morían en esos horripilantes estanquillos regados por la Pequeña Habana —resecados por el sol, enchumbados por la lluvia—; y claro, el dúo dinámico para decorar jaulas de pájaros: el Diario de las Américas y la sucursal de la bahía del manglar, ENH. Ni hablar voy de la “radio cubana” de Miami, de ayer, hoy y siempre, porque bueno, no me alcanzarían los adjetivos, que eso es mucho decir. Y hasta el siglo 21 no se vio a tanto cubano en la televisión mayamense, en eso que llaman “televisión balsera” con dos canales principales programando (pero con escasa calidad) principalmente hacia el televidente cubano “acabado de llegar y listo para empacar para regresar”, porque el cubanoamericano, ya en su segunda y hasta tercera des-generación, no mira televisión en español y mucho menos “en cubano” desde el histórico “¿Qué pasa USA?”. Tal vez me van a tachar de injusta por no mencionar a los “orgullos” de la Saralegui o la Salazar (engrudo y embullo, respectivamente) entre tantas starlets de la “prensa cubanoamericana”; o que ha habido muchos más logros (es cierto, no lo niego, y seguramente serían innumerables listar aquí los cubanoamericanos que no conozco que han tenito éxito en las artes, la música, el ballet, el teatro, la fotografía, el cine, la literatura… ). Aún así, sigo creyendo que después de cincuenta años, debería haber más inversión cubanoamericana en todos esos talentos; de lo contrario, quedamos pareciéndonos mucho a cierta gerontocracia… siempre enorgullecida de sus escasos logros a base de aumentar el tamaño de unos pocos.

Y entonces, volviendo a nosotros, los más prósperos… quedamos que la cosa va por gordos y glotones … ¿cierto?

1 comment:

Anonymous said...

Om, le diste al clavo en la cabeza!