5.17.2011

de reflejos y un traspié



hoy, en tumiamiblog, un texto de © om ulloa

un aguacero me sorprende casi frente a un café en la milla de los milagros del sur. aunque anunciado por la excesiva humedad y nubarrones, los borbotones de agua son repentinos y hasta milagrosos —dado el lugar— en ráfagas de gotones abiertos. apenas atino a refugiarme bajo un toldo aceptando que ya, voy a llegar tarde a todas partes donde tanto no me esperan a partir de esta impuesta pausa. tremendo milagro ese, yo llegar tarde si siempre ando anticipándome al tiempo, tarea laboriosa y molesta destinada al fracaso. la precipitación acuática, nunca mejor dicho, continúa alucinante y tropical en su fresca furia de cortina vitral escoba que barre escombros, peluquines y trajes Gucci por igual. sal pica sal pica y bah, ya tengo los zapatos empapados, qué más da la cabeza… y la saco justo bajo el chorrito que cae de un pliegue del toldo. a mi izquierda dos hombres ya maduros y barrigones hablan en apurada jerga cubana sobre una “tipa” que sólo sirve para pasar una “noche de tragos”, conocimiento común entre los dos y ellos tan amigos —eso sí es un milagro. me miran incrédulos que yo me quiera mojar. después de mi ducha espontánea sacudo el cabello mojado y los miro con sorna: “niños, seguro la damitipa opina que ustedes apenas sirven para pagarle un par de tragos”, les digo sonriendo y me voy, dejándolos entre sorprendidos y mentándome la madre.

dando un traspié en los reflejos engañosos de la acera encharcada me meto en el café y el aire acondicionado me engallina la piel mojada. después de pedir mi cafecito escojo una esquina y me seco con servilletas mientras saboreo la espumita dorada y espesa. en la mesa a mi lado dos mujeres muy maquilladas y enjoyadas hablan de sus hijonietos. las miro y en efecto, podrían tener mi edad más o menos. qué horror, pienso, o tal vez lo piensen ellas al mirarme a mí, tan suculenta en mi frugalidad de afeites y fuetes, fuelles, tintes y resortes, ocultas fallas incendiarias en cada ceja y farsas frívolas en la lengua silente pero no muda. el escalofrío ahora es interno y más fuerte, pero no extraordinario. lo he experimentado muchas veces, en esta misma ubicación geográfica, quita un gables, un coconut o pon un ocho y un milagro. en su charla las dos mujeres saltan del inglés al español —como yo en mis laberintos— y escupen cubiñoñerías —como yo en estos desvaríos— sobre partos y ginecólogos, un señor muy respetable y su mujer que le pega tarros y una hija que no acaba de casarse y se va a quedar para velar santos. alabao, en pleno siglo 21, velar santos una solterona tal vez de treinta años, me digo tomando el telefonito para llamar a alguien, a cualquiera que me responda y quiera, antes de las doce del día, hablar de la complicada artesanía embarrada del sexo intelectual o cómo ensuciar letras sueltas con música lubricada, dispersa y deshidratada de popfondo. o lo que sea, que acepto todo como escape ambulatorio de este instante deficiente en calcio y estrógeno. entonces la veo. a una ella, de las tantas.



esta vez el escalofrío es gélido y profundo, de esos que congelan y abaten el espíritu. trato de achicarme en mi rincón, cosa imposible y aun más sin hallar un periódico —para eso sirven— con el que cubrirme el rostro porque las servilletas no dieron abasto como toallas secantes. ponerme el bolso en la cara sería muy obvio, me digo, pero pensándolo bien tal vez ella de tantas ni recuerde mi careta, que es la misma de nuestro antiguo carnaval, uno de tantos, pero ni se parece a la de éste, único y último, por desteñida de colores corridos después del traspié en la lluvia... y es que hace un siglo y dos días, más o menos, de aquello, aquellas y lo otro, sin definir lo demás en plural de años idos al auxilio del olvido, en medio del exilio de costras y costas opuestas. en fin, a hurtadillas veo que ella, tan ella de tantas, se apoya en la vitrina de los dulces y pareciera que no ha mirado en mi dirección. se ha quitado las gafas oscuras y ha diseminado sus avellanados ojos ilustres mientras habla con la dependienta. no es mi imaginación, concluyo entonces al escuchar la voz que dice “quiero de ése y ése… en una cajita”. si su nombre, común y gastado, se me hubiera olvidado como debió haber ocurrido con el paso del siglo no sentiría este ataquito cursi que me embarga, me repito con la cabeza y los zapatos mojados mortificándome la elaboración de presencia firme y universal que cultivo aun cuando sea espantapájaros contundente en medio de mi huerta de apuntaladas zanahorias y tomates podridos de ironía, fertilizante cruel la burla constante de la vida y sus encantos, frutos frescos si alguna vez los hubo. y si ella, tan ella de tantas, hubiera sido sólo un pasaje incierto de juventud cascabelera sin mucha huella ya me atrevería a levantarme de esta esquina y pasaría por su lado empujándola levemente contra la vitrina, tal vez para que sienta el frío de lo inesperado e incómodo de lo olvidado que sale de la tiempogrieta a enfrentarla con mi sonriente jeta de “vaya, caramba, muchacha, cuánto tiempo”. pero no, ella, siempre tan de ella entre tantas sin huellas, fue capacostras múltiples en tamaño y mínimas en demasía, aunque ya ni sepa denominarlas por ausentes y efímeras. sólo sé que fuimos un fuérase que fueron a jugar afuera en el rico fango mineral carnal mientras viéramos indiferentes el juego cerebral con el que fuimos hacia dentro, acuchillando la metáfora disimilar tratando de ser épica epopeya para terminar en un apócope furioso. además, hace un siglo y dos días, más o menos, que ambas elegimos eso que —me viene a la mente porque casi lo acabo de leer— Andrew “The Dish” Sullivan llama Hate as the Compliment to Love, a partir de lo que leyera en este artículo, que va así… If you love someone, you run the risk of not loving them one day. You run the risk of seeing them in a grocery store years later and hiding behind the display of bananas so you won’t have to say anything to them and pretend that the love never happened…

eso mismitico. por falta de madurez y pocas ganas de crecernos ante las subterráneas circunstancias, ella de tantas y yo de menos elegimos esa opción, la del escondite bananero, que nunca fuera habanero por destinos bifurcados y el peso de toda esa heredada cristalería fina y vajilla rota con la consabida platería —de El Encanto, que conste— que trajimos en el cubi bote bote un chino cayó en un pozo…. y ya, ayer hoy siempre, pretendemos que no existimos y listo, no nos saludamos porque los fantasmas… ya se sabe, son halucinaciones. y tú tan niña narcisa que fuiste (y eres) tan mujer presumida que se sigue mirando en el reflejo de la vitrina de los dulces acaramelados amerengados anatillados achocolatados descompuestos con el peso calorífico del azúcar polvo y nueces necias como si tu gula tronchara indiferente mis razona-mientos apurados que justifiquen la cobardía. dale, pienso, te los mereces todos, atragántatelos como premio por haber sabido llegar hasta aquí intacta —que ni mojada estás— sin inmutar el orden de los factores que fueran producto del resultado de esta zanja insalvable en la que caímos. y entonces, como lo sabemos inalcanzable el encuentro y el consecuente saludo cordial, te proyectas dulce de leche agria casi en la misma bandeja de los alfajores y las milhojas usurpando su halo empalagoso e ignorando con sospechosa parsimonia la cabeza canosa que se refleja huidiza justo sobre la imagen del mousse de chocolate con partículas de frambuesas que te quieres llevar a casa. por eso sé que al verme ocultándome —porque me viste flotando en el reflejo resultado del traspié— entrecerraste los ojos por la sorpresa y suprimiste el deseo de comprobar si era yo u otra que me reemplaza cuando desciendo a la península a degenerarme en su calor despavorido, sus imprescindibles aguaceros primaverales alimentando la fauna del pantano falso que cruza los puentes que no van a ningún lugar con el peso de su comparsa corrupta hundida en las raíces que se desprenden de esas arenas movedizas del cementerio tropical de las exes de una vida con cabeza en el norte y culo en el sur.

y por más que eso, ya que mi gesto distante te lo comprueba como a mí tu maña de mirarte en los espejos para adentrarte en ti misma, confirmamos que el pacto tal vez fuera mutuo. por eso nadie se mueve y los dulces emanan sus olores seductores sin lograr acercamiento. y es que después de un siglo y dos días, es preferible esconderse bien en el presente hacia el futuro mal donde tú, tan ella, no estés. porque tal vez tú seas otra, entre tantas, pero ella sigue siendo ella. porque a ti ya ni te conozco pero a ella sí. y cuando por fin te veo salir del café con tus dulces en cajita y tus gafas oscuras superpuestas sobre tus ilustrados ojos avellanados, mirando velozmente hacia mi esquina con toque de desafío tardío, sé que tampoco la próxima vez, cuando te vuelva a ver —después de un siglo, dos décadas y un quinquenio, más o menos— reflejada en otro punto de esta “nuestra otra ciudad”, lograremos resbalar sobre una de las bananas que ya ni nos servirán de escudo para chocar y dejar que el impacto haga añicos lo poco mutuo que entonces aún nos quede.

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