7.13.2016

florDEausencia

no sé por qué, o tal vez sí... pero me ha dado por recoger viejas, y a veces viejos, en las paradas de autobús, o si los veo caminando lentos con bolsas detengo el coche y les hago gestos para que se monten. me miran de reojo desconfiados. algunas se niegan, temerosas. otras sonríen agradecidas, arrugas y ojitos débiles, dientes opacos y pelo recogido, me regalan un suspiro... ohDEARlord! las miro y devuelvo la sonrisa, abierta pero huidiza. y por qué hago esto, a ver. y por qué no. las viejas, como los perros, me huelen salvavidas sin serlo, yo insignificante heroína de ajenas catástrofes nuevas. torpe chófer de la indignidad de la viejitud, el horror de  no poder correr, volar, liberarse de tal peso...  SIGUE


las viejas del norte --muy diferentes a las del sur-- cuando se sientan a mi lado, me elogian el pelo, los dientes, los zapatos, las bufandas multicolores, y a veces, la voz, el acento. se sorprenden con mi gesto, sean blancas o negras (las latinas, si suben, ni se atreven a mirarme mucho, prisioneras del tabú...). de setenta pa'rriba, algunas aún ágiles, las flacas. otras gordas culonas, cansadas hasta de respirar. me miran curiosas y me hablan, como para entretenerme y quitarme cualquier mala idea de la mente. me cuestionan, risueñas o amargas, quejicas o alegres. la viejtud es una mierda, qué bien lo sé. hace unos años, muchos, una tal que viajaba millas para venir a acostarse conmigo, me contaba que había leído que quienes habían tenido infancia triste y dura, gozarían de una vejez calma y dichosa. y todo lo contrario, quienes fueron niños dichosos, tendrían vejez cruel. entonces, recuerdo, que pensé que lo decía para convencerse de que su vejez sería buena. ahora sé que tenía razón. todo da vuelta, todos tenemos que pagar en algún momento por las risas, las caricias, el sentir profundo que dicen es casi felicidad. siempre hay que pagar, pero tener que hacerlo en la vejez es el horror de vivir para morir. y al verlas tan de cerca, a todas estas viejas que recojo con la intención de pagar lo que me toca, me repito, me está preparando para la muerte. y en mi mente las carcajadas... agrias, eso ni tútúú te lo crees, vocifera ese yoyoyo histérico. 

las del sur, casi todas viejas teñidas de castañorrubio --que ya no quedan viejas cubanas trigueñas, pordió-- huelen siempre a perfumes y polvos, sonrojadas por el colorete más o menos discreto. muchas de uñas impecables, arregladas, dirían. esas, que se montan después de mirarme bien y protestar contra "estas guaguas que nunca llegan, mijita", podrían ser mi madre. cuando se sientan y suspiran en el aire acondicionado del carro, me miran sospechosas de mis ojos tras gafas oscuras, de mis canas, de mis gestos... "esa muchacha tiene ojos de lesbiana", oigo el eco lejano de advertencia de la madre de una cubanita sata que salía conmigo en los setenta. "dile que con estos ojos no te veo, pero sí te metoeldeo", le contestaba yo, muerta de risa, pero molesta. 

otras, desaliñadas y cansadas, aceptan el pon-pon mientras miran desconfiadas el destartalado carro de mi padre, mi útil transportation durante estas frecuentes visitas. otras viejas cubanas, bajo un sol que pica piedras, a veces se dan el lujo de decirme que no, gracias, muy serias y dignas, rechazándome. "señora, que no se preocupe, sólo la quiero acercar..." y me viran la cara, zas. cómo me atrevo, me digo, pero suspiro y sigo. entiendo, claro, que la cosa está mala, peligrosa y cualquiera puede ser un asesino, un atracador, un perverso. hasta yo, hasta yo, con mi cara de niñata con canas y mis buenas intenciones de purgatorio sobre ruedas. pero me da coraje que mi generosidad se vaya a la mierda, así, por aquello de la desconfianza. y vuelvo e insisto, cada vez camino a ninguna parte, siempre... cuando las veo, se me descorre el esqueleto a gelatina y me veo, una y otra vez, frente a mi padre, mirándome sin verme, ausente, queriendo caminar sin poder, agarrado a mí como el último salvavidas. 

por eso detengo el coche queriendo brindarles a estas viejas lo poco que tengo que ofrecer, un alivio breve del enorme peso de la vida sobre los pies cuando el alma ya no existe, a punto de serlo, lo que debe ser... libertad. y con ese gesto simple, que sin embargo me rechazan más que lo aceptan, quiero darme yo libertad, tan presa en mi propia piel, en esta mente que tanto me pesa, cárcel y jardín, horror de vida, flor de ausencia.

2 comments:

Miguel Iturralde said...

¡qué bueno está esto! já, yo también he hecho eso de pararme y ofrecerle pon a par de viejos (yo, que ya soy del gremio).

Diariamente, en semana, tengo que ir al correo a recoger la correspondencia del negocio en el apartado postal. Nuestro correo está en lo que era una antigua plaza de mercado -puestos de vianderos, barbero, peluquería de mujeres, joyería barata, par de leguleyos, colmado, etc. Todo eso se ha esfumado gracias a COSTCO, Sam's, Big K, etc. Quedan par de vianderos, donde compro mis frutas de temporada (ya se están acabando los mangos bizcochuelos), el barbero, la peluquera, y los viejos... jubilados que por no estar en la casa pasan el día con otros en el mismo bote, ellos ponchan tarjeta allí todos los días. A veces los veo caminar de vuelta con alguna jaba bajo el sol y ofrezco dejarlos cerca de donde viven.

Es interesante la dinámica edad dorada porque es casi igual como cuando uno es un chiquillo. Está el chistoso gracioso y el chistoso pujón, el tacaño, al que cogen de punto para vacilarlo y así por el estilo. Y está interesante la teoría de niñez jodida-vejez tranquila y viceversa.

Saludos

sonora y matancera said...

Gracias, Miguel. Es cierto lo q dices. A la gente se le olvida su propia mortalidad. Vaya, q no es bueno vivir obsesionado ... Como yo, pero tampoco in denial. Veo tanta indiferencia, o actitud despectiva o impaciente hacia los viejos q me da mucha rabia. En fin, me ha dado por eso. Qué horror lo de Niza. Saludos.