3.17.2013

en busca de alivio - del 2009 en PD

Apenas se me pasa la náusea y vuelve la intención de vomitar. Qué desagradable la arcada que nunca llega al vómito y por lo tanto nunca alcanza el alivio, qué desagradable…

Y es que una vez más me rodea el eco de la gente, gentuza, la chusma, dicen las voces autoritarias varias de todas las orillas subdivididas. Las orillas cubanas, tantas. La chusma cubana, de todas partes… ejem, ésa que le debe todo a la revolución. Y entre los cuantiosos regalos la palabra mágica: la educación, vocablo tan gratuito que conlleva amplitud mental, la humanidad propia de los habitantes de un paisito que pertenece, por obra y gracia de sus románticos y aromáticos líderes rebeldes, al tercer mundo, revolcado en el fango del rechazo del primero y segundo entre sus compinches, otros paisuchos subdesarrollados, todos liderados por héroes simplones —ésos del pueblo y para el pueblo, coge pueblo, carga pueblo, jódete pueblo— siempre arremetiendo contra el mañoso y maligno imperio del verde aunque ya un tanto mohoso. Ah, el subdesarrollo, qué gratas memorias aquellas, diría Desnoes desde su vida de dandy newyorkino… pero me desvío.

Y regreso… a la sagrada educación gratuita —del pueblo y para el pueblo, coge pueblo, carga pueblo, jódete pueblo. Entonces, digo, ese exceso de iluminación es responsable de que en nuestro insignificante islote tengamos del mundo las putas mejor educadas, los borrachos más ilustrados, las turbas (de estiércol y muchedumbres) más olorosas y menos analfabetas del universo, los escritores y compositores más profundos (y a la vez tan livianos), los cantantes dotados de inspiradas letras y melodías, a la medida de una revolución geriátrica, que no se puede agitar mucho, no vaya a ser. Y claro, gracias a esa educación sin valor, digo, sin costo, tenemos también a los mejores comentaristas, periodistas, locutores, blogueros, noveleros, bullangueros y “estridonteros” de éste nuestro cotidiano “auexilio” cargado de pueblo escapado, ratas saltarinas del buque hundido, jodido pueblo.

Y ya, ya llegué… a las dos orillas, tan bien educadas. Imaginarias y reales, pueblerinas, rústicas… de la gente, de la chusma cubana, de todas partes. Entre las dos riberas siempre cuelga la nubecilla del polvo que levantan los vozarrones autoritarios, religiosamente educados (querindangas en Coconut Grove, esposas en Coral Gables) o sovieticamente ilustrados (ah, París, Berlín, Barcelona, Madrid…), da igual, que asustan desde ambos extremos. Y de vez en cuando aparecen y desaparecen luceros independientes de luz débil que intentan comunicar lo cotidiano, lo mediocre, lo insuficiente de ser sólo eso, un pueblo jodido bajo un único Sol. Y zas, fulminantes y desenvainadas, esas voces de astros y divas (y sus subsiguientes planetas y satélites, claro) repletas de autoestima y volumen “yoísta” —yo del pueblo y para el pueblo, yo me cojo al pueblo, cárgame pueblo, no me jodas pueblo que yo sí en su momento hice y dije…— no permiten que existan los luceros independientes renuentes a flotar en sus desgastadas órbitas de ecos cincuentones. No lo permiten, de ambas orillas, porque hay mucho que perder. Sobre todo mucho verde, aunque ya un tanto mohoso, pero sigue siendo el tono que agrada… ese color verde, dicen que el color de la esperanza…

Yoani Sánchez es un lucero de luz débil que de pronto, bajo el foco intenso de la atención presidencial del mañoso imperio verde, se ha convertido en estrella. O cordera lobezna, dicen que dijo el mañoso monarca depuesto e indispuesto. Bah… e s t r e l la, al fin y al cabo. Y eso no se permite entre el pueblo, entre la chusma cubana de ambas orillas. La que le debe todo a la revolución. Todo, o casi todo. Sin la revolución tal vez fuéramos Guatemala o hasta El Salvador, con el dólar como moneda nacional. Con la revolución somos el pueblo heroico o el exilio histórico, la chusma educada y la clase media encumbrada, la comparsa de la hambruna alegre y borracha y el Glenfiddich del Big Five y sus galas, el mestizaje bullanguero de templadera constante o los motelitos de la Calle Ocho rociados de grititos, los maestros de la equitación del mundo o los judíos del Caribe.

Por eso, dirán, una estrella de la magnitud que se perfila en Yoani hay que opacarla con prontitud porque, alabao, tiene luz y destello propio; tiene ambivalencia socialista con inquietudes capitalistas o en otras palabras… ¡el equilibrio! Yoani tiene juventud y razonamiento y sobre todo, tiene lógica que después de cincuenta años de errores continuos surja un juez, no… mejor… una jueza, una madre, una mujer cubana que no quiere para su hijo el fondo del mar ni que sea miembro de un ejército de pacotilla, arrastrándose en un pantano contemplando el cielo en busca de aviones y que sólo vea mosquitos porque el enemigo lo tiene acostado al lado; o peor aun… una madre que no quiere que su hijo termine dando golpes e insultando a quien no piense como él, con piñazos físicos o en oraciones dictadas en consignas gratuitamente educadas o monetariamente financiadas.

Por eso yo, que desde adolescente he trabajado para costearme mi educación, buena o mala, carente o autosuficiente, la cual no pongo al servicio de nadie porque es mía y con ella puedo decir, sin ningún remordimiento, que no estoy de acuerdo con la mayoría de lo que se vocifera en ambas orillas del sumergido pantano cubano, tan jodido, tan chusma, tan ensimismado en su vórtice del descarrilado trencito de una revolución renqueante y apestosa a viejo y de un exilio autoflagelado en su añejo fracaso y en su constantemente autorenovado triunfo, apartada de ambos porque no les debo nada… (bueno… a una sólo el dolor en la mirada de mis viejos y al otro sólo no conocer mi propio país), quiero y puedo, desde mi tribuna personal, declarar lo que me da la gana y dondequiera y con el tono de voz que yo prefiera, y por eso quiero creer que en Yoani existe una esperanza. No sé de qué tipo, pero veo luz y claridad donde antes sólo hubo retórica y oscuridad.

Y ya llegué, a mi orilla, helada y foránea, pero mía. Eso no quiere decir que esté de acuerdo con ella en todo, ni con su marido, ni con nadie asociado a ella. Sólo quiere decir que leo a Yoani Sánchez y la admiro porque en su voz encuentro alivio. Ese alivio que ha rondado siempre mi náusea de ser cubana, durante cuarenta años de los cincuenta que tengo. El alivio a la náusea del constante querer vomitar el maleducado asco, provocado por las asquerosidades llevadas a cabo en nombre del pueblo y por el pueblo, esos habitantes del pantano de las dos orillas lleno de mosquitos amantes de la mierda.

© om ulloa

previamente publicado en Penúltimos Días, sitio de asuntos cubanos, el 29 de noviembre de 2009